Missionary Boys: Haciéndole una paja al chico nuevo

 Mientras Jake Nobello se desnudaba delante de él, eso le trajo recuerdos a Beau Reed, de cuando él ingresó en la Orden. Ahora era él la figura de orientador y se enfrentaba a su primera entrevista con uno de los novatos. El chaval era guapete y tenía unos ojazos. Le dio un poco de vergüenza al principio preguntarle ciertos aspectos íntimos, pero el sexo estaba a la orden del día dentro de la congregación y era mejor empezar cuanto antes.

La mayoría de chavalitos llegaban allí recién cumplida la mayoría de edad, pero era de obligado cumplimiento preguntarles si sabían lo que era masturbarse, hacerse una paja. Aquello era el inicio de todo. Algún rezagado todavía ni se la había tocado, sólo sabían que habían soñado cosas y se habían levantado con las sábanas mojadas o la huevera de los calzones pringadas de un líquido viscoso y pegajoso que hacía que al echar la primera meada del día, el pis saliera desviado, algo que su madre y hermanas jamás entenderían, pidiendo un imposible, que apuntaran con acierto a la taza del váter.

Jake sí se había tocado antes, así que Beau pasó a explicarle que, a partir de ahora, si bien podía seguir masturbándose él solo, una de las principales ventajas de estar en comunidad era que podías pedir a cualquier otro chico que te la pelara, justo lo que Beau iba a hacer con él en esa sala, sentado sobre esa silla. Al decírselo, Jake miró las manos de Beau. Eran masculinas, grandes, con dedos fuertes. Se le infló un poco la polla.

Beau le preguntó si alguna vez otro chico le había tocado el pito, aunque fuera solo un poco. Jake negó con la cabeza. Beau iba a ser el primero, no solo el primer hombre que le tocara el pene, también el primero que le hiciera algo tan íntimo. Semi desnudo, con la camisa de algodón de manga corta y los gayumbos blancos de pata larga, Jake se dejó atar de manos y pies, un acto necesario dado que una vez Beau comenzara el ritual, no pararía hasta obtener la leche de sus huevos y no se podía permitir que nada lo frenara.

A partir de ahora, cada chico que quisiera hacerle una paja o cada chico al que él eligiera para hacérsela, sería una nueva experiencia única, porque sentiría la paja del otro en su mano, en la fuerza que aplicaba, en el ritmo. Cada hombre tenía su forma de darse placer y en esa congregación él podría experimentar mil y una formas de sentir el placer.

Beau empezó posando una mano sobre su muslo. Era un chico guapo, seguro que más de un hombre había intentado aprovecharse de él antes. Palpó su cuerpo, su cara, sus labios, bajó la mano y le metió un apretón en la entrepierna. Muy caliente. Le metió mano y le sacó la polla. La tenía flácida y encapuchada, pero Beau sabía cómo enderezarla.

Se acercó más al chaval y le susurró guarradas al oído, guarradas que todo hombre desea escuchar. Rozó su cuello con sus labios, con los pelitos de su bigote y su barba. Le bajó los calzones por los muslos y empezó a ver cómo se le ponía morcillona, todavía con una buena capucha puesta, haciendo que la pirula pareciera un buen chorizo.

A Beau se le dibujó una media sonrisa de logro al ver cómo la polla crecía en su mano y se convertía en un buen monstruo largo y gordo. Apretó fuerte, le despellejó el cipote corriendo la piel hacia abajo y el capullo brillante salió de su crisálida. Para dejarle claro a Jake que aquello, más que un deber como orientador era un placer, se levantó, le cogió la mano al chaval e hizo que se la plantara en el paquete. La tenía dura por él.

Relajó un poco las normas. Le desató las manos con la condición de que no le frenase cuando volviera a tener el control sobre su pene. Le dijo que se masturbara. Quería ver cómo lo hacía, cómo le gustaba meneársela, para aprender, para hacérselo de la misma forma. Le metió la mano entre las piernas y le sostuvo en la palma los huevos que le colgaban hasta las posaderas de la silla.

Retiró su mano y colocó la suya encima del pene para volver a masturbarlo. Le avisó. No pararía hasta el final. Fueron unos minutos difíciles, debatiéndose entre dejarse vencer o resistirse. Jake se agarró al paquete de Beau con fuerza. Una oleada de calor comenzó a subirle por la espalda y esa sensación de gusto se agolpó en su frente y detrás de su cabeza.

Estaba a punto de suceder e intentó resistirse sin remedio mirando a Beau a los ojos, bajando la vista hacia su polla pajeada por la mano de otro hombre. Mirara donde mirara no tenía forma de volver a concentrarse y esa mano no le daba un solo respiro. Cerrar los ojos tampoco era la solución, así que se relajó y disfrutó del momento.

Beau incrementó el ritmo de la paja, cada vez más rápido, agarrándosela más fuerte, haciéndole bailar los cojones entre las piernas, pelándosela entera de arriba a abajo. El cúmulo de gusto bajo de repente de la frente a la polla y empezó a brotar la lefa, manando de la raja de su cipote y depositándose blanca como la leche sobre el puño de Beau que siguió masturbándole.

Jake se retorció de gusto y cuando volvió a mirar hacia abajo, el calcio resbalaba por el dorso de la mano de Beau, descolgándose de su puño a chorrazos, cayendo sobre la silla. Jake comprendió el gustazo que daba que otro tío te la machacara, porque se salía de la rutina y se sentía de otra manera. Beau se quedó un rato tocándosela, relajadamente. Le mostró su puño bañado en semen y le dejó allí sentado, gozando de la reciente corrida. Al salir por la puerta, Beau no pudo resistirse a llevase la mano a la boca y relamer un poco del semen de ese chaval. Estaba riquísimo. Regresó a su habitación y el resto de lefa la empleó para lubricarse la suya y hacerse su propio pajote.



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