Una historia de jefes.
Esta historia nos la dan hecha.
Iba buscando un rato a solas bajando en el ascensor, escapando del bullicio del trabajo en la oficina y van y se le montaron en ese momento el jefe y el becario a la vez. JJ Knight bufó de la rabia. El jefe como siempre pegado al móvil, se puso a hablar con el aparato como si realmente tuviera a una persona delante. Casi treinta pisos por delante hasta llegar abajo y el ascensor a ritmo de tortuga.
Volvió a bufar y miró insistente los numeritos del display que no cambiaban ni para atrás. Menos mal que llegó el cabroncete dle becario a salvarle la vida. El chavalín, al que sacaba media cabeza, se ve que estaba acostumbrado a ganarse los puestos como mejor sabía el pobre. Le metió un agarrón el todo el paquete y para asegurarse de que todo salía bien, le puso un dedo en los labios para que se mantuviera en silencio.
De espaldas al jefe, JJ se desabrochó los pantalones y dejó que el chavalín viera su empuñadura, bien larga y gorda para hacerle el culo pepsi cola. Quiso la puta mala suerte que al abrirse las puertas, el ascensor fallara y Joey Mills se quedara con el cuerpo encajado, el torso fuera y el culo dentro.
Mientras el jefe llamaba a los técnicos del elevador y en vistas de que aquello, como tantas otras veces que había sucedido, iba para largo, JJ se tomó la libertad de quedarse le pelotas en el ascensor, bajar los pantaloncitos al becario y meterle toda la trompa sin condón por el culo. Su pollón era enorme para un culito tan estrecho, pero bien que se la tragaba entera.
De tanto meter y sacar, ellos mismos se encargaron de resolver el problema de las puertas, pero como todavía quedaba tiempo hasta que llegasen a rescatarles, dio de comer polla a ese mamón y se la clavó hasta los huevos, gozando de su culito pequeño, manejable y blanquito y de cómo su gigantesca polla se hundía entre sus nalgas.
Descubrió en Joey a todo un viciosete. Además de que el chavalín estaba muy bien dotado con un rabo bien gordo, sabía cómo trabajársela de rodillas a un hombre. Joey cerró las puertas y pulsó el número del último piso del edificio. JJ miró hacia abajo, observando la carita decidida que no paraba de masturbarle la polla con los labios. Cuando le vino el gustillo, gimió echando la cabeza hacia atrás y creyó ver el número 33 mientras ese cabroncete se alimentaba con su semen, con la boca abierta y la lengua por fuera, echándole el aliento en el cipote.
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